Ayer la mayoría de los españoles esperamos en vano la dimisión de Pedro Sánchez, y el anuncio de una próxima convocatoria de elecciones generales, quedando el gobierno en funciones, para los asuntos de puro trámite. Pero nuestro gozo, en un pozo. Pedro se sucede a sí mismo, y vuelve –aunque nunca se había ido-, con ganas de venganza, porque “él está muy enamorado de su mujer” (como la mayoría de los españoles, supongo), y no va a permitir que a Begoña se la persiga judicialmente… Está convencido de que el artículo 14 de la Constitución, que establece la igualdad de todos ante la Ley, no es aplicable a su esposa. Ni a su hermano, a sus padres, a sus suegros, o a él mismo. Sánchez tiene ante sí un horizonte penal de dudosos resultados, pues como he dicho en infinidad de ocasiones, la justicia es lenta, como una apisonadora, pero cuidado cuando se pone en marcha, porque no la para nadie. A Dios gracias. ¡Todavía quedan jueces, en Madrid y en España! Y no hablo de la fiscalía, porque ya sabemos todos de quién depende. Pretender residenciar la instrucción de los procesos penales en una fiscalía mediatizada, politizada y genuflexa ante la sanchosfera, sería un ataque frontal al Estado de Derecho, y a la división de poderes. Estoy seguro de que la fiscalía actual no vería delito alguno en Begoña Gómez. Tampoco en el hermano del presidente, en sus padres, en sus suegros, en ningún ministro o alto dirigente del PSOE, etc. Esa es la fiscalía que quiere Sánchez. Ya que los jueces no se dejan embridar, y defienden su independencia, vamos a quitarles la instrucción, para dejarles con las manos atadas, y que solo puedan enjuiciar lo que nosotros queramos, es decir, los casos de robagallinas…, y poco más....
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